Acabo de leer La extraña y sus últimas páginas, las que transcurren en el islote, frente a Dubrovnic, me han parecido memorables. Hay mucho de antiguo en el libro, algo que se le escapa al lector de hoy, pero bajo la superficie se oye un latido inquietante. Marai se acerca a la esencia del hombre, a la continua insatisfacción, a la perplejidad de estar vivo y, sobre todo, a los instantes de plenitud, en los que la piel se convierte en un enorme clítoris.