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Sábado, 23 Abril 2016 12:56

Sobre la lectura, de Marcel Proust (Pre-textos)

Escrito por  Publicado en El simple arte de leer
Marcel Proust

Image via Wikipedia

Hasta la publicación de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust era un diletante al que nadie tomaba en serio y tenía que autoeditarse los libros, incluyendo el primer volumen de su obra magna, que fue rechazado por un lector de la editorial Gallimard apedillado Gidé.

 

Uno de sus primeros intentos para ser tomado en serio fue la traducción de algunas obras de John Ruskin, con la ayuda de su madre - a la que no acreditó-, y en las que excedió los límites del traductor e incluyó prólogos y notas de su cosecha, exponiendo sus ideas sobre la lectura y la escritura, en ocasiones en franca oposición a las de Ruskin.

 

Creía haber leído en Genios, de Harold Bloom - digo "creía" poque no he sido capaz de encontrar la página donde debería haberlo leído-, la relación entre San Agustín y Proust como escritores de la memoria y exploradores de la relación entre lectura y memoria. De hecho, la lectura sería una forma de memoria desde que los sumerios inventaran la escritura más de 3000 años antes del nacimiento de Cristo y casi 5000 años antes del nacimiento de Proust. San Agustín fue el primero en relacionar lectura y memoria y Proust ha influído más en nuestra percepción de la memoria que cualquier psicólogo o neurólogo, aun si no lo hemos leído.

 

Sobre la lectura es un librito de menos de sesenta páginas, en origen el prólogo a la traducción proustiana de Sésamo y lirios, de Ruskin. Se inicia con una remembranza del acto de leer en la adolescencia - lectura y memoria ya aparecen juntas-, tal vez la etapa en la que más nos marcan nuestras lecturas. Y es precisamente la lectura la precursora de la magdalena, pues gracias a ella se recuerdan las vacaciones de Pascua, el tañido de la campana de la iglesia rural, las comidas en familia, el paseo vespertino por el parque a la orilla del río, las altas horas de la madrugada que sorprenden leyendo bajo una manta; pues la lectura no es, como pudiera parecer, un abstraerse de la realidad, sino parte de ella.

 

Es este acto de leer algo solitario y furtivo, como el onanismo, y no comprendido por aquellos que no leen, lo que obliga a esconderse al amparo de los matorrales durante el paseo por el parque, como si se estuviera haciendo algo inconveniente o peligroso, pero ¿ Acaso no pensaban lo mismo el ama, la sobrina, el cura y el barbero?

 

No siempre fue la lectura solitaria y silenciosa: hubo un tiempo en el que alguien leía en voz alta para los otros, que se aprendían de memoria poemas y coplas, que cantaban mientras segaban, labraban o lavaban la ropa. Desde que la lectura se volvió solitaria y silenciosa los libros dejaron de escribirse para ser leídos en voz alta. Tal vez por eso la poesía se ha vuelto remota y ensimismada. O tal vez es que leemos demasiados períodicos como para leer poesía e incluso literatura. El acto de leer, nos dice Proust, no es en sí mismo sagrado: no leemos mejor cuantos más libros leemos o cuanto más rápido lo hagamos, tampoco si leemos mejores o peores libros; muy pocos leemos a Shakespeare a la primera o, como decía el protagonista de El perseguidor: se creían que estaban interpretando a Mozart, nada menos. Tampoco el amor al libro como objeto nos hace mejores lectores.

 

La lectura es para Proust un inicio a la vida del espíritu, una disciplina para llegar a la verdad y a la belleza, pero no es la verdad y la belleza mismas. Confundir aprender con conocer es uno de los peligros de colocar la lectura en un pedestal. El conocimiento llega, para Proust, cuando acaba la lectura, pero no antes ni durante. La lectura es un ángel que nos acompaña a las puertas del Paraíso, pero las debemos abrir y entrar nosotros. Es por eso que niega la famosa afirmación de Ruskin de que la lectura es una conversación con las más brillantes mentes del pasado: en una conversación, los dos conversadores están presentes y en la lectura es frecuente que al menos uno de los dos esté muerto y, en todo caso, el diálogo con lo leído empieza después de leerlo - y se me ocurre que la réplica podría ser la propia escritura. De lo que me ha venido la idea de que el buen libro es aquel que seguimos leyendo cuando lo acabamos, es decir, que no lo acabamos.

 

Y, al escribir esto, me doy cuenta de que entro en cierta oposición con Proust y no estoy muy seguro de cómo quedo con Ruskin, así que aquí lo dejo.