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Miércoles, 24 Septiembre 2014 01:51

¡Tierra, tierra!, de Sandor Màrai.

Escrito por  Publicado en El simple arte de leer
Portrait of Sándor Márai by Hungarian painter ...

Image via Wikipedia

Le pedía yo hace un tiempo algo más a Sándor Márai y tal vez debería pedírsele a su editorial: desde el éxito de El último encuentro no hay año que no aparezca un nuevo libro de Márai.

Contando que escribió como unos cuarenta sin contar artículos periodísticos, hay Márai para rato. Otra cosa es si es necesario publicarlo todo.

 

Claro que Márai es muy bueno y cualquiera de sus libros supera la media de lo publicable, pero yo me entiendo. ¡Tierra, Tierra!, por ejemplo es un libro que grita su necesidad, más ahora en un momento en el que se abaten sobre Europa dudas y renuncios, en el que estamos desorientados y perdidos. Por el túnel del tiempo llega la voz de un húngaro que nos advierte sobre la necesidad de recuperar la certeza de una misión europea. También es una lástima que esa misión europea haya servido durante varios decenios para explotar el resto del mundo, pero podríamos hacerlo mejor la próxima vez...

¡Tierra, Tierra! se nos presenta como el segundo volumen de memorias de Márai, pero es mucho más: es un auténtico cuestionamiento de su tiempo histórico y de la que tal vez fue la decisión más importante de su vida, escoger el exilio y el silencio para no acabar siendo cómplice de lo que consideraba un régimen colonizador en su país. Recoge un período de cuatro años: los que van de la entrada de los alemanes en Budapest a la invitación a Suiza que le permitió huir. En sus páginas Márai nos habla de la última velada en su casa, una cena que los criados sirven con guantes blancos con el estruendo de las bombas de fondo, la última noche pasada sentado en su biblioteca; nos habla, también, de la casa de campo donde se refugia con su mujer, Lola, del cerco de Budapest, y cómo han de compartirla con una brigada rusa, lo extraños que le parecen esos soldados, el temor de los húngaros al imperialismo eslavo; nos habla de la vuelta a Budapest, de su casa destruída y su biblioteca disminuída, de los edificios perdidos para siempre; nos habla, con ecos kafkianos - el famoso "por la tarde, natación"- del día de la anexión de Austria por parte de Hitler, de la que se entera entre que juega al tenis y se baña en la piscina; de los autores húngaros, de las tabernas, del policía judío que hace tocar a la orquesta zíngara una canción patriótica; de la indiferencia que detecta en Occidente por la suerte de la recién nacida Europa del Este, del dolor de sentir el desprecio de París, cuando toda aquella Europa oriental estaba enamorada de ella, ya fuese Budapest, Sofía o Bucarest.

Pero sobretodo, de lo que nos habla es de qué significa ser escritor y las diferencias entre ser un escritor de entre guerras y burgués y de serlo en un país que es sometido a una intensa sovietización. Nos habla de escribir y de callar y casi todo se resume en la pregunta que se hace ante su casa destruída en Budapest ¿ Para qué y para quién escribir? Porque Márai asume que sin público no se puede escribir, de la misma manera que el actor sin público que le mire no es más que un loco que gesticula. Márai decide marcharse cuando advierte que no podrá callar libremente. Es una decisión dolorosa porque implica el exilio físico de Hungría, pero no lingüístico: aunque dominaba el alemán, el francés y posteriormente el inglés, ya que se exilió durante años en los Estados Unidos - donde acabó suicidándose- Márai nunca abandonó el húngaro, una lengua minoritaria que entonces contaba con diez millones de hablantes - el catalán cuenta ahora con siete- y que lo forzaba, según él, junto a sus compañeros, al aislamiento y la minoría, presionados por el alemán por un lado y el ruso por otro.

Un breve apunte sobre el estilo, que me parece significativo: abandona aquí Márai sus frases suntuosas, de párrafo largo, de páginas sin punto y aparte, de fragmentos que obligan a detenerse e inspirar hondo para llenarse con todos los matices y detalles que propone; no, aquí el estilo es más directo, más urgente, como si renunciara a convertir todo lo que quiere explicarnos en literatura. No pretende ser aquel escritor de éxito que tan sospechoso le parecía ser; pretende contarnos algo de lo que deberíamos aprender y lo hace en el océano de indiferencia que era su exilio americano.

Para advertir la sabiduría y lucidez de Márai, dejo una frase: "hay sabios que trabajan ahora para la unión económica de Europa. Me parece muy bien, pero Europa no llegará a ser nada en sí mísma hasta que no tome conciencia de una misión común."

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