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Sábado, 02 Abril 2022 08:46

Truman Capote: el niño prodigio que envejeció de repente.

Escrito por  Publicado en Polaroids

Desde que ganó el premio O' Henry a los diecinueve años hasta que se dejó morir en casa de Joane Carson, en su odiada California, a los cincuenta y nueve, Truman Capote fue el niño prodigio de la literatura norteamericana. Cuarenta años son demasiados para ser un niño prodigio, incluso para un auténtico genio... 

Nacido en Nueva Orleans, de padres que nunca debieron serlo, se crió en Mobile, junto a varios primos y primas solteros. Tuvo vecinos extraordinarios, como la también escritora Harper Lee, que utilizó a Truman como modelo para uno de los personajes de Matar a un ruiseñor o como una asesina que acabaría en la silla eléctrica. A punto de empezar la adolescencia, su madre se lo llevó al norte, a Nueva York, donde había vuelto a casarse, con un cubano adinerado que se llamaba José García Capote, de quien Truman adoptaría legalmente el apellido.  
Negado para los estudios, escandalizaba a su madre por eso y por su manifiesta homosexualidad. Sólo una maestra de literatura inglesa, Catherine Wood, logró ver algo en aquel niño pequeño, rubio y de voz chillona y le animó a escribir. A los diecinueve ganaba un premio literario de ámbito nacional y a los veintitrés publicaba su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, que le haría famoso para siempre. 

Truman Capote , 1948

Truman Capote , 1948 (Photo credit: Wikipedia)

Sólo hay otro escritor estadounidense que pueda compararse en fama a Capote en el siglo pasado; Hemingway, que lo odiaba. Ambos acabaron siendo un personaje que oscurecía y aún oscurece sus logros como escritores. Recuerdo hace mucho, mucho tiempo, en Alcalá de Henarés, que dos amigas mías me habían regalado Plegarias atendidas, su obra póstuma. Acabábamos de asistir a una conferencia de Luís Landero. Yo no pido autógrafos, porque me da vergüenza, pero en aquella ocasión, fui a pedirle uno a Landero, que al ver el libro de Capote dijo " Magnífica lectura, Truman Capote. Un hombre con un talento extraordinario, a quien se le han negado muchas cosas por ser muy famoso". Y me firmó: " Jero, Truman and I te dedicamos este libro." Capote se hizo famoso de manera inexplicable: por la fotografía de la contraportada de su primer libro. Se hizo tan famoso que Andy Warhol, recién llegado a Nueva York, se sentaba a la puerta de la casa de Capote para verlo, hasta que la madre de este lo echó de allí. 

 

Aún recuerdo el impacto que me produjo Otras voces, otros ámbitos, sobre todo si tenemos en cuenta que es una primera novela de alguien que tenía veintitrés años. Reconozco que mi entusiasmo lo ha modificado la primera novela de Carson McCullers, pero aun así, creo que Otras voces, otros ámbitos es una novela de genio, en la que Capote supera lo que había escrito hasta entonces. Apenas tres años después, publicó su segunda novela, El arpa de hierba, que es una novela fallida. Casi todos tenemos la misma insatisfacción cuando acaba, tal vez porque Capote no quiere o no puede llevar la historia hasta sus últimas consecuencias artísticas. Si Capote hubiera parado aquí, le habría dado la razón a Harold Bloom sobre lo que él llama un fenómeno americano corriente: un novelista menor con un gran estilo. Pero Capote libró sus propios combates. 

Lo que no logró con su segunda novela lo logró con su cuento Un recuerdo navideño, que no sólo compite con El arpa de hierba, sino con Los muertos, de Joyce, que ya es mucho competir. Julio Cortazar contaba Un recuerdo navideño entre sus cuentos favoritos, y estaremos de acuerdo en que Cortazar entendía algo de cuentos.  
Durante la década de los cincuenta pareció dispersarse y coquetear peligrosamente con Broadway y Hollywood; pero la realidad es que Capote hacía todo eso para pagar las enormes deudas de su padrasto, y el suicidio de su madre, Nina, con seconal, fue un duro golpe para él. En 1958 apareció Desayuno en Tiffany's una novela corta que aseguraría la fama de cualquiera, pero aún iba a llegar la piedra de toque de su genio: A sangre fría

Tengo la convicción de que las obras maestras se escriben a pesar de sus autores y a pesar de sus épocas. No hay autor más improbable para A sangre fría que Truman Capote: no especialmente atraído por el realismo social, no implicado en política, etc, etc... y ahí va: la gran novela americana, con dos marginados asesinando a una familia modélica y el psicodrama de la pena de muerte made in U.S.A.  
Capote tuvo que escuchar un sin fin de estupideces, empezando por Norman Mailer y terminando por el jurado que decidió no darle el pulitzer porque el libro había vendido muchos ejemplares. Tuvo que sobrellevar años de investigación solitaria, de enajenamiento, de reclusión. Y tuvo que ver la ejecución de los asesinos en directo, algo de lo que nunca se recuperó.  
Es irónico que Capote sintiera pánico ante los tranquilizantes y las drogas y que estas acabaran instalándose en su vida junto al alcohol para acallar la ansiedad que le producía la escritura de un libro que era profundamente perturbador para él. A sangre fría lo destruyó en más de un sentido, impidió que fuera nunca más quien había sido, y lo devolvió de golpe a la habitación del hotel de Nueva Orleans donde lloraba desconsolado mientras su madre follaba con su amante indio, o mientras estaba encerrado y su madre se divertía en el barrio francés. 

Signature of Truman Capote

Signature of Truman Capote (Photo credit: Wikipedia)

La década de los setenta fue una caída libre. Se autoinmoló publicando capítulos de Plegarias atendidas, donde despellejaba a sus amigos ricos. Vio cómo iban muriendo sus amigos. Con un último esfuerzo escribió Música para camaleones, cuyo prólogo es toda una declaración de artista - Almodóvar se lo hacía leer a un personaje al principio de Todo sobre mi madre- y que contiene deliciosos retratos y narraciones. Iba dedicado a Tennesse Williams, que había muerto meses antes. 

Y después, telón. El niño que había soñado ser bailarín de claqué, el niño que había soñado que podría despegar con su avión de juguete, se despertó viejo de repente, privado del don de la palabra que lo había salvado tantas veces de la tristeza. Aún pudo decir

Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.

Descanse en paz. 


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