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Cuando era pequeño, solía jugar a fútbol en mi barrio, en algún equipo de barrio, en alguna liga de barrio, frente a otros equipos de barrio. Todo era diversión, competitividad y alguna que otra pelea multitudinaria por un resultado que, a la postre, era tan intrascendente como la importancia que le dábamos mis amigos y yo. Luego vinieron las lesiones en los tobillos y tuve que dejarlo. Nunca más volví a jugar, excepto en alguna pachanga que otra. A pesar de ser un buen portero, el romperme los cartílagos del crecimiento en ambos pies, precipitó mi retirada del deporte rey a muy temprana edad. El hecho de doblarme contínuamente los tobillos con el simple hecho de dar un paso al caminar, digamos que no era lo mejor para jugar a ese deporte. Me gustaba jugar, de veras. Pero tal fue mi cabreo (llámese cabreo, llámese impotencia), que a pesar de haber querido ser durante toda mi infancia el sucesor del gran Lev Yashin, del que mi padre me hablaba maravillas, tomé una decisión drástica: no quería volver a tener nada que ver con el fútbol. Tanto fue así, que durante muchos años, no me interesó ni lo más mínimo lo que hiciera aquel Dream Team (y los equipos posteriores del Barça) al que adoré.
En 2003 conocí a mi buen amigo Eduardo. Él, un venezolano forofo del Barça, había llegado a España a estudiar dirección cinematográfica y después de las clases en la escuela en la que estudiábamos, nos íbamos a ver los partidos del equipo blaugrana al bar más cercano que encontrásemos. Con él y con mi querido hermano pequeño Óscar, un mexicanito que llegó con un palo en el culo y acabó vomitando conmigo incluso lo que no había comido, volví a sentirme atraído por el fúbol. Bueno, con ellos y con aquel equipo glorioso de la era Rijkaard, con sus Ronaldinho, Deco, Eto'o y compañía. Después de tanto tiempo sin ver un puñetero partido en televisión, el gusanillo del fútbol volvió a hacerme cosquillas una vez más.
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Todo iba bien. Rijkaard acabó su etapa en el Barça, Ronnie era sólo la sombra de lo que fue, igual que Deco, pero no me importó. Guardiola iba a tomar las riendas de aquel equipo y con él llegaría la estratósferica etapa que hoy conoce el mundo entero como Pep Team. Messi asumió galones de estandarte. Xavi e Iniesta se convirtieron de forma definitiva en la columna vertebral del equipo. Valdés por fin encontraría el reconocimiento que merecía y los jugadores que antes estaban en el Barça B, como Busquets y Pedro, dejarían claro el porqué de que Guardiola contase con ellos. Así llegaron 6 títulos en un mismo año, una temporada tan perfecta que ningún otro equipo en la historia ha conseguido tal marca. En las dos primeras temporadas de Guardiola en el equipo, todos los récordas han sido batidos. Y lo mejor de este equipo no es sólo el juego, sino la humildad con la que afrontan cada partido, el respeto hacia el oponente que destila desde el primero hasta el último integrante de la plantilla y los valores que tratan de inculcar, tanto a los que forman parte del club (La Masia, las secciones, etc...) como a la gente a la que ayuda su fundación en países necesitados. Es más, cuando el presidente Laporta anunció el acuerdo firmado con Unicef, mediante el cual el FCBarcelona destinaría el 0.7% de su presupuesto anual a la protección y cuidado de los niños más vulnerables, el corazón se me llenó de júbilo, pues creí en realidad que ese era el ejemplo más gráfico y palpable de lo que siempre se ha dicho del Barça: És més que un club (Es más que un club). No sólo la camiseta del Barça no tenía sponsor, sino que el nombre que figuraba en la camiseta, haría que todo el mundo supiera que el club de nuestros amores estaba dispuesto a hacer un esfuerzo en favor de los más necesitados. Y eso, quizás, animaría a más gente a ayudar en la lucha por las desigualdades. Sublime.
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Hoy, en la tercera temporada después de la llegada de Guardiola al banquillo azulgrana, siento que algo ha cambiado en mi interés por su equipo. Y no es porque ellos hayan cambiado. Los jugadores siguen siendo prácticamente los mismos e incluso mejores que antes, su compromiso y respeto sigue siendo igual o mayor, su labor con Unicef sigue en pie con la renovación del acuerdo... Pero algo ha cambiado y sé lo que es. Es La Liga BBVA lo que me tirá para atrás.
Una liga en la que, a pesar de que Guardiola se empeñe en convencernos, sólo hay dos partidos trascendentes en toda la temporada: el Barça-Madrid y el Madrid-Barça. Una liga tan desigual que parece que los dos equipos grandes jueguen su propio campeonato, mientras los demás se dan de hostias por debajo de la tabla clasificatoria, para por lo menos alcanzar la tercera posición que les permita jugar la Champions el año siguiente. Una liga tan sumamente aburrida que semana tras semana, uno ya sabe lo que va a ocurrir cuando cualquiera de los dos grandes salte al campo. Nos venden que esta es la mejor liga del mundo, pero nos mienten, porque no lo es. La mejor liga del mundo es aquella en la que no sabes lo que va a pasar antes de un partido. Esto no es la mejor liga del mundo, es una versión encarecida y sobredimensionada de la liga escocesa o portuguesa. Ni siquera la Champions es seria. Sólo interesan los partidos que se juegan a partir de cuartos de final, en que han quedado los mejores de Europa, los de siempre (salvo excepciones). Es como el mundial de Fórmula Uno, que sólo hay tres equipos que cuentan y los demás están de relleno.
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Pues bien, como el día en que me lesioné los tobillos, he tomado una decisión drástica: No voy a ver más partidos de fútbol. No, hasta que el Barça y el Madrid cedan parte de sus derechos televisivos a los otros clubes y permitan que la liga sea algo más igualada, dándole así un cierto interés a la competición. O eso, o hasta que se cree una liga exclusiva para los grandes clubes europeos. Entonces volveré a ver fútbol en televisión. Mientras tanto, no cuenten conmigo para alimentar esa farsa semanal.
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