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Sábado, 14 Noviembre 2015 20:31

De aquellos barros, estos lodos.

Escrito por  Publicado en Opinión

Paris despertaba, por segunda vez en menos de un año, sumida en el miedo y el horror. Hoy todos somos víctimas de la barbarie, el odio y el fanatismo. Hoy todos somos París.

Es aterrador ver como el caos y la muerte llega a la puerta de nuestra casa, cuando los muertos tienen un nombre tan nuestro, tan conocido, que nos resulta familiar. Nuestra empatía se dispara cuando nos identificamos tan fácilmente con víctimas tan cercanas, que utilizan ipods, que van al trabajo en metro, que van a ver un partido o que van a una sala de conciertos para pasar el viernes por la noche...

Y, sin embargo, se convierte en apatía cuando los horrores de los fanatismos y del odio se alejan de nosotros, de nuestra forma de vida. Lo damos por supuesto: esos problemas no son nuestros, ellos viven así.

Todos somos ciudadanos de un mundo conectado. Asumimos con naturalidad la globalización, el hecho de que estamos conectados en nuestra rutina: nuestro coche es alemán, nuestra ropa está hecha en China, nuestros seres queridos viajan, y algunos trabajan, en otros países…

Asumamos también que compartimos una historia, que los errores de Occidente entrañan un efecto mariposa que no se puede controlar, que las guerras que asolan, desde hace años Oriente Medio, azuzadas por los intereses occidentales, nos están explotando en la cara. Occidente tendrá que plantearse su estrategia en el futuro, sus relaciones con el resto del mundo, repetir sus errores o eliminar de sus premisas el “todo vale”, o el concepto silenciosamente asumido de ciudadanos de primera, de segunda y de tercera en el mundo.

Por su parte, Oriente también tendrá que hacer examen de conciencia. Ningún Dios avala esta matanza, y ninguna persona religiosa debería justificarla, bajo ningún concepto. Si los líderes de las facciones fanáticas que están detrás de estos ataques pusiesen su energía y sus recursos en mejorar las flaquezas de sus países, tal vez la falta de oportunidades y la miseria darían un respiro a sus ciudadanos, tal vez, construir fuera más provechoso que destruir.

No todos los males pueden ser justificados por “el otro”, también deben asumir sus errores como propios, afrontarlos y darle una salida constructiva, sin que los haga girar sobre una espiral infinita de dolor, venganza y muerte, que los impida crecer como pueblo.

Me duelen los muertos de París. Me duelen los muertos de Siria. Me duelen las personas que viven bajo la sombra del miedo, privadas de libertad, en medio del choque de gigantes  que supone el poder y la avaricia. Me duelen las victimas de todo este, nuestro mundo...