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Martes, 17 Febrero 2015 11:15

Triste viaje al Oceanogràfic de Valencia, donde los animales pierden su libertad, y los humanos su consciencia.

Escrito por  Publicado en C.E.C. Denuncias
 
Una mañana, a esa hora en que despunta el alba, me desperté. Mi intención, coger el AVE y visitar el afamado "Oceanográfico de la ciudad de Valencia"...
 
El viaje en AVE fue rápido: apenas hora y media de trayecto. Tras la llegada, lo primero que hice fue realizar un pequeño 'tour' por la ciudad, visitando el casco antiguo y las maravillas que éste contiene, como son su antiguo mercado, su antigua lonja, su catedral o su Torre de los Serranos.
 
Tras realizar este pequeño 'tour', me dispuse a reponer fuerzas, por lo que me detuve en un chiringuito situado junto al gran mercado, donde di buena cuenta de una de esas ricas paellas valencianas, acompañada -cómo no- de un par de Martinis...
 
Con las fuerzas ya bien repuestas, reanudé mi camino, callejeando hasta llegar al arbolado Paseo de la Alameda, la vía que me llevaría directo hacia mi objetivo.
 
Tras veinte minutos de agradable caminata, gigantescas construcciones de hormigón daban la bienvenida, anunciándome que estaba llegando al lugar de mi destino: el enclave arquitectónico conocido como "La Ciudad de las Ciencias y las Artes", un lugar muy cercano al Oceanográfico... 
 
Ya a pie de lugar, pude constatar lo magnifico de dicho conjunto arquitectónico: nunca había visto yo uno tan magnifico y enorme. Eso sí, sin utilidad ninguna, nula: no servía absolutamente para nada. Pero ahí estaba, varado como gigantescas ballenas de hormigón, en medio de la nada... 
 
Pero dejemos las ballenas para más tarde y volvamos al motivo real de mi visita: conocer el Oceanográfico que tanta fama e interés suscita entre las gentes.
 
Para entrar, no tuve problema: ni tan siquiera tuve que esperar, pues una invitación a mi nombre me permitió el acceso directo. Ya en su interior, una enorme red de pabellones divididos por zonas, climas y hábitat, ponían ante mis ojos el maravilloso espectáculo del mundo marino y los misteriosos peces que lo habitan...
 
Pabellones interconectados entre sí, que contenían las más extrañas criaturas que habitan los diferentes hábitats marinos del planeta, como es el Mediterráneo, las zonas Templadas, los Trópicos, el Mar Rojo, el Antártico, el Ártico y los Océanos, donde habita el temido tiburón...
 
Hábitats construidos artificialmente en enormes peceras de cristal, que recreaban de manera fidedigna el lugar donde habitan las diferentes especies marinas de nuestro planeta. Enormes peceras artificiales donde lo único que no era artificial eran los propios peces que éstas contenían.
 
Ante tal espectáculo, los niños gritaban y saltaban de alegría, corriendo de un lugar a otro, exclamando emocionados: " ¡¡Haalaaaa!! ¡¡¡Has visto esoooo!!! ¡Allá vaaaaaaa ...!!!!", asomándose a cada rincón de los cristales, o agolpados en grupos o familias que no salían de su asombro de lo que estaban viendo ...  .
 
Al otro lado, del cristal, los peces, siguiendo las corrientes, nadando plácidamente de un lugar para otro...
 
¿He dicho plácidamente? 
¿He dicho eso?
¿Quien ha dicho eso de plácidamente??? 
 
"¡Yo lo he dicho, señor!
¿O es que no ve usted qué felices son esos peces y qué placidamente viven ahí, atiborrados de comida sin que ni siquiera tengan que ir en busca de ella...?
¿O  no lo ve ..?
¡Abráse visto..!" 
 
.....
 
"¡Bueno, y además...  ¿Qué más da si están felices o no?
¡¡¡Solo son peces, animales sin conciencia!! ¿O qué, señor? 
¡Hala, hala, siga usted su paseo y deje de darnos la tabarra a los demás!"
 
-Parecía pensar la gente en mi imaginaria conversación con tal público, tan entregado...-
 
¡¡Animales sin consciencia... eso es, animales felices, animales alimentados artificialmente viviendo hacinados en peceras de cristal artificiales llenas de plantas de cartón piedra y cemento... ¡Animales, felices!
 
De pronto, me puse a observar detenidamente a estos pequeños seres con toda mi consciencia, y observé, no animales felices, sino animales inmensamente tristes y desesperados que daban vueltas y vueltas en escasos metros de agua recorridos... 
Enormes peces que necesitan miles de kilómetros de tránsito y migración para cumplir su ciclo natural de vida, hacinados ahora en 4 metros escasos de agua.
Peces enormemente vivos luchando por no chocarse los unos con otros. Grandes tiburones dando vueltas y vueltas en una triste y escuálida pecera...
Delfines, focas, leones marinos, pingüinos... todos ellos encerrados cruelmente en cárceles de cristal de las que no saldrán jamás.  
 
Nunca vi nada más triste y desolador que observar cómo estos animales -de naturaleza absolutamente salvaje-, son sometidos a un injusto cautiverio, privándolos de su único fin en la vida: ser libres. Vivir libremente en esa inmensa casa a la que pertenecen, que es el mar y los océanos...
 
Viendo todo eso, me fui apagando más y más, mi lamento se fue haciendo más y más grande, hasta el punto culminante que me hizo literalmente derramar unas lagrimas. La causa, una pobre ballena Beluga, que habitaba en el acuario donde tienen los animales del Ártico, solitaria en un rincón, donde unos pequeños barrotes separaban este acuario de otro vacío, cual si allí, tras los barrotes, se encontrara el inmenso mar que tanto anhelaba...
 
La triste ballena no se separó ni un solo instante en toda la tarde de esos barrotes que parecían separarla de la libertad...
Y, de repente, por el altavoz, casi por casualidad, unas voces aclararon "que en aquel rincón se hallaba una tímida ballena que prefería -según ellos-, estar sola.........."
 
¡Cuántas tristeza no sentiría la pobre ballena que tanto ansiaba la libertad!
 
Pero nada, ustedes tranquilos, tan solo es un animal, un triste animal sin consciencia.............................