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Domingo, 04 Agosto 2013 20:36

Si mi cabeza está en juego, que caiga antes la tuya. La matanza del mundo del asociacionismo

Escrito por  Publicado en Columna de Opinión de CEC
Guillotina

Guillotina (Photo credit: kyezitri)

Me gustaría señalar con el dedo a alguien que pueda tener la culpa de que el mundo del asociacionismo esté totalmente en declive. Pero, como siempre, ante la mayoría de los problemas en los que suelo pensar, el término 'cambio social' se lleva todas las responsabilidades y mi dedo no puede apuntar a nadie en concreto.  

No me gusta lanzar al viento una generalidad como la que me dispongo en estos momentos y no puntualizar que, evidentemente, el cambio social tiene que ver con la mentalidad, con el ciclo económico, con los valores existenciales que promueva el gobierno… pero no puedo evitar concluir siempre con que una pequeña parte de todos nosotros ha sido la causante de todas estas cosas. No me parece “lícito” eludir las responsabilidades del ser humano achacándolas a que… “las cosas deben ser así”. 

Estoy segura de que si existe Dios, estará tremendamente defraudado por ver hacia donde hemos llegado.
 
Situémonos en el inicio. La humanidad: un ser casi perfecto, en su creación. La naturaleza lo transforma y él se adapta a los cambios con tal fortaleza que parece el verdadero rey de las cosas.
Ahora borremos esa imagen y volvamos a hoy en día. Un humano en sociedad está profundamente sentenciado a ser corrompido sin remedio. Si mi cabeza está en juego, antes que caiga la tuya. Si puedo conseguir más sin ningún esfuerzo a costa de otro, para qué moverme. Para qué pensar en el dolor del otro si con el  mío (hoy no puedo ver la tele) ya tengo bastante.
 

Claro que la otra opción, el hecho de intentar tender al “ser humano perfecto, moral, bondadoso” nos hace más débiles, y por lo tanto los idealistas se convierten en los auténticos perdedores del universo. Si piensas, sufres. Si crees, sufres. Si luchas, pierdes ante la maldad. Y el debate lógico que has generado entre creer o no creer muere a tu lado en aquel trayecto sanguinolento que has transitado para acabar volviéndote loco ante tanto debate existencial.  

No quiero seguir entrando en debates poéticos de las cosas. Tal vez la realidad entra mejor con claves directas y sin contemplación. Así que voy al tema… 

Las asociaciones nacieron en un momento político concreto (en España fue en realidad en varios momentos) donde, en muchos casos, las personas se agrupaban para darse apoyo en el caso de las cooperativas de consumo, luchar por intereses no satisfechos, en el caso de los sindicatos, o disfrutar de un derecho recién sacado del horno de la última constitución (nos marearon un poco con el se puede, no se puede). 
 

Ahora, siento que ya no hay nada por lo que protestar. O eso es lo que veo. La gente permanece mejor callada. Se aprovecha de las desgracias de otro si eso le supone un aumento en su calidad de vida. No hay ética. No hay valores religiosos o morales. La humanidad sigue caminando errante con un solo pensamiento en la cabeza. “yo, mi , me conmigo”. 

Los abuelos están demasiado cansados para montar agrupaciones sociales puesto que ya no hace falta luchar. Está totalmente admitido y es de pleno derecho poder agruparse para hacer cualquier cosa, legalizándolo o no. Y los jóvenes no tienen intereses de casarse con nadie tan pronto, porque ya de por sí, ligarse a algo es símbolo de poca libertad y eso los hace creerse menos libres.

El voluntariado ha descendido notablemente. Las asociaciones tienen serios problemas por seguir vivas puesto que cada vez son menos los socios. La búsqueda de nuevos socios es realmente escasa ya que la gente no quiere tener ninguna obligación más allá de las que genere su propia vida social o laboral. También es cierto que existen maneras  de que la gente se convierta en socio de algo, como la anecdótica forma de obligarles a hacerse ofreciéndoles algunas ventajas (léase, tomarse una cerveza en el centro social, descuentos en viajes, actividades etc.). Los nuevos socios con fuertes valores morales ya no existen. Solo quedan dos o tres que organizan las asociaciones y otros miles que disfrutan de ello sin tener más responsabilidades que el disfrutar de sus ventajas.  

Ayer me sentí triste. Me imaginé cómo era aquello cuando los movimientos sociales estaban en su auge. El olor de un café recién hecho, las lámparas antiguas colgando del techo, los abuelitos con sus gorras jugando a las cartas, y dos o tres estudiantes discutiendo sobre la última hazaña del gobierno. Un músico al lado del escenario retocando la última pieza antes de salir, mientras el pianista amenizaba todo aquello con su lúdica y sencilla melodía que se mezclaba con los claros de luz templada y los dorados de las esplendidas escaleras. Un poeta que escribía sus últimos versos disfrutando de un puro que le había regalado alguien. Cerré los ojos y lo vi realmente. Durante un segundo pude trasladarme a aquellos claros momentos donde las cosas importaban algo.