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Miércoles, 18 Noviembre 2009 19:42

Entrevista a "la niña de la calle", que podríamos ser cualquiera de nosotros

Escrito por  Publicado en Entrevistas
KAOUTAR HAIK

Tengo 20 años. Nací en Tánger, soy la mayor de seis hermanos. Vivo en Barcelona, comparto piso con una amiga. Soy peluquera. Estoy divorciada. Creo que las mujeres, a veces, nos dejamos maltratar. Viví en la calle durante cuatro años, de los 12 a los 16 años. Creo en Dios. Virtu Morón ha publicado mi biografía, La niña de la calle, Styria

A los doce años, su madre decidió casarla en Marruecos con un hombre que le doblaba la edad y al que no había visto nunca a cambio de una irrisoria suma de dinero. Kaoutar se negó al trato y su madre la echó de casa. Durante cuatro años, la pequeña vagó sola en la calle, durmiendo al raso en zonas como la Plaza de Cataluña y en casas `okupas´ y abandonadas de la ciudad, con algunas visitas y otras tantas escapadas a centros de acogida de Barcelona. Fueron años de robos, de violencia y de drogas, en los que Kaoutar se rodeó de ladrones y traficantes, "lo mejorcito de la ciudad".
Su vida pareció dar un giro en positivo cuando con 18 años, y tras salir de un centro de acogida en el que estudió peluquería, conoció al que fue su primer novio formal. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había caído de nuevo en el infierno. Su compañero era un maltratador, las palizas constantes y la dominación asfixiante. En un segundo episodio de convivencia, también fue maltratada por su nueva pareja.

- Ha sido usted una ladrona.
- Sí, una niña ladrona. La primera vez que mi madre me echó de casa tenía 9 años. Nunca fue una buena mujer.

- ¿Quizá una mujer frustrada?
- Mis padres se pegaban mucho. Y ella me pegaba a mí y me mordía en la cara y en los brazos. Conservo la cicatriz de un cuchillo que quiso clavarme en el vientre.

- ¿Adónde fue cuando la echó de casa?
- Fui y volví varias veces. En una de las últimas intentó casarme en Marruecos con un hombre de 30 años. Yo tenía 13. Le dije que no quería y me echó de nuevo.

- ¿Dónde dormía?
- Primero di con una mujer que quiso prostituirme y luego fui a casa de mi padre. Se alegró de verme, pero me dijo que no podía quedarme porque estaba a punto de casarse.

- Menudo padre.
- Era bueno, me dejaba dinerillo para que me comprara tabaco y me envió a vivir con su hermana prostituta, que me acogió con cariño, pero un día no me abrió más la puerta. Así comenzó mi peregrinaje de centro de acogida a casa okupa y viceversa.

- Descríbame el ambiente okupa.
- Había mucha ropa y trastos esparcidos por el suelo, pero a mí me pareció un ambiente de hermandad bastante chulo*. Las tragedias siempre unen. En la calle encontré a la gran familia que nunca tuve. Robaba en la zona de la Rambla, plaza Catalunya y calle Escudillers. Aprendí mucho.

- ¿Qué aprendió?
- Que era preferible robar a turistas, porque suelen cargar con todas sus pertenencias. Y si eran chinos o japoneses, mejor, porque son pequeñitos y enclenques.

- ¿Cómo lo hacía?
- Robábamos en grupos de cuatro o cinco. Uno tiraba del bolso, y si la víctima ponía resistencia, otro por detrás le daba un golpe. Nos íbamos pasando el bolso y si veíamos a la poli*, pactábamos un punto de encuentro para repartirnos el botín. La documentación, ropa y carteras las tirábamos en un contenedor. Sólo nos quedábamos con el dinero, que no tiene nombre ni dueño.

- Eso pregúnteselo al que se lo ha ganado.
- Lo sé, había que tener mucho valor para hacerlo, así que empecé a drogarme. Si tenía dinero me colocaba con éxtasis, cuatro pastillas por 30 euros; si no, con disolvente.

- ¿Tranquilizantes para el día, excitantes por la noche?
- Exacto. Nos despertábamos a las siete de la tarde. Solía ir a casas de okupas marroquíes que me enseñaron la técnica kajagh para cuando la víctima se rebotaba*: le coges por detrás y le aprietas la garganta con el antebrazo hasta dejarlo inconsciente.

- ¡Qué horror!
- A veces era muy espectacular, porque se quedaban con los ojos en blanco, sin conocimiento y sacando espuma por la boca.

- Era usted una salvaje.
- Estaba rabiosa porque no tenía a nadie. Ahora pienso en los pobres japoneses y me pongo a llorar. Me doy vergüenza.

- ¿Quizá por eso lo cuenta?
- Quizá. Nos reuníamos a las diez de la noche en un café internet al final de la Rambla. Allí nos tomábamos el café, las pastillas y controlábamos a los turistas y a la poli. Sí, me daba pena verme en esa situación. Ya hacía días que me rondaba la idea del suicidio.

- ¿Lo intentó?
- Me tomé un montón de pastillas y acabé en el hospital del Mar, de allí a comisaría porque era menor de edad. Me recogió el marido de mi prima y me fui a vivir con ellos. Él era traficante de visas. Un día buscó rollo conmigo y me marché.

- ¿Adónde fue esta vez?
- A Madrid, en busca de Laila, una marroquí que era una especie de heroína de la gente como yo. Tenía 18 años, tres más que yo. Robábamos por vicio, queríamos más y más.

- ¿?
- Creía que el dinero lo solucionaría todo. Estaba triste, sentía un deseo enorme de ver a mi madre, hubiera dado la vida por estar entre sus brazos. Regresé, era Navidad. Me abrió mi hermana: "Mamá no está. Vete, aquí nadie quiere verte".

- Y volvió con lo mejorcito de la ciudad.
- Sí, ladrones y traficantes de droga. Nos colocábamos continuamente: disolvente, porros, pastillas y cocaína. No me preocupaba por nada, sólo por tener dinero para mis vicios. Dormía en el metro, me acurrucaba en las salidas de aire caliente. Se estaba bien.

- ¿Sí, estaba bien?
- Sí, porque por lo menos el grupo al que pertenecía me respetaba. Pero un educador me sacó de la calle y me llevó a un centro en el que se portaron muy bien conmigo. Me llevaron a una academia de peluquería donde pronto empecé a trabajar. Era feliz.

- ¿Y?
- Volví a la calle y a las drogas tras un encuentro con mi madre. A una china le pegué tal paliza que no se podía levantar del suelo. La gente no hacía nada por evitarlo. Un día me tomé 18 pastillas y volví con los educadores.

- Tiene usted talante de superviviente.
- Encontré trabajo en una peluquería, los dueños son como unos padres para mí. Me enamoré de un marroquí que pronto empezó a pegarme. Le perdoné hasta que no quedó un centímetro de mi piel sin golpear. Mi madre declaró en el juicio a su favor. Ese maltratador acabó casándose con mi hermana.

- Por lo menos se lo sacó de encima.
- Los malos tratos llaman a los malos tratos. A los 20 años me casé con otro que también me levantó la mano, pero sólo una vez.
Lo abandoné. Ya casi nada puede conmigo.

 

* Chulo: cool, geil

* poli: policía

* rebotarse: enfadarse

* buscar rollo: querer tener sexo con alguien

* lo mejorcito: la gente menos recomendable

* sacarse a alguien de encima: librarse de alguien, separarse de alguien incómodo