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Domingo, 11 Marzo 2012 07:35

"¡Tabú, Actor!" o una sorpresa en forma de pequeña obra de teatro.

Escrito por  Publicado en Mejores obras teatro recomendadas 2017-2018

El pasado día 10 de Marzo, acudí como corresponsal para CEC del espectáculo teatral "¡Tabú, Actor!", en la sala Rai Art de Barcelona, interpretado por el experimentado actor ruso, Arseniy Kovalskiy. Era la primera vez que pisaba esa asociación cultural y la impresión que me causó fue, pese a todo, grata.

En un edificio del barrio barcelonés del Born se esconde un espacio que, si bien puede pasar desapercibido para el caminante, una vez estás ahí, su ambiente de cultura underground te envuelve por completo. He de decir que, a pesar del buen ambiente que se respira y de la amabilidad de la gente que encontré, da la sensación de que el espacio no está del todo bien aprovechado. Nada más entrar hay una sala con un barra de bar al fondo, algo usual en este tipo de asociaciones culturales. A la derecha se accede a otra estancia en la que hay cinco mesas para sentarse a tomar algo o a trabajar; tres a nivel del suelo y otras dos sobre una tarima de madera. En una de las paredes de esa estancia con mesas nos encontramos con una pequeña exposición de fotografía, compuesta por 12 fotografías de Patricia Bobillo Rodríguez, con una temática muy clara: Dones palestines sota l'ocupació israeliana (Mujeres palestinas bajo la ocupación israelita). Algunas de las fotografías están muy bien. Transmiten una fuerza y una realidad que pone los pelos de punta, si bien es cierto que tanto las fotos como los textos que las acompañan no son fácilmente admirables ni legibles, ya que la iluminación de la mini exposición es muy deficiente. De hecho, únicamente hay un pequeño foco que alumbra directamente a la fotografía que está en la posición central, mientras que al resto sólo las ilumina la tenue luz de la estancia. Esto provoca que cuando intentas leer las dos páginas que explican la exposición, desistas al cabo de unas pocas lineas, debido a la falta de luz sobre el texto.

Nuestra cita era a las 21h. Algo adelantados como nos gusta ser, nos habíamos presentado antes en la improvisada taquilla y nos dispusimos a esperar los quince minutos que quedaban para que empezase la obra, sin saber aún lo equivocados que estábamos en cuanto al horario. Perfectamente nos podíamos haber personado en el lugar más tarde, ya que el espectáculo no comenzó hasta bien pasadas las 21:30h. Según oímos, el retraso se debía a que faltaba gente por llegar. No sé de quién se trataba ni por qué llegaba tarde, pero si he de ser sincero no me parece muy respetuoso para con el público asistente que un espectáculo se demore más de media hora, sólo porque alguien no haya llegado. No es justo que quien está a la hora convenida (porque ha podido o porque ha querido) se vea afectado por la impuntualidad de otros.

Pasada la primera mala impresión referente a la puntualidad, por fin comienzaba la espectáculo.

Segundo problema: al actor no se le entiende cuando habla. Me imagino la dificultad que supone para un actor ruso interpretar a un personaje en una lengua como la nuestra, que nada tiene que ver su idioma materno. Es más, si yo tuviera que interpretar en ruso, estoy convencido de que tampoco se me entendería ni una sola palabra.

Ahora bien, obviando el tema del enorme esfuerzo que seguro que ha hecho Kovalskiy para adaptar la obra al español y el gran trabajo que hay detrás de la creación de un personaje en una lengua no propia, la dicción se torna un problema si en los primeros quince minutos tu público no ha entendido nada de lo que has dicho. Es cierto que al cabo de un rato el oído se te acostumbra un poco y vas comprendiendo cosas, pero si hay una norma universal en cuanto al mundo del teatro y el cine, es aquella que asegura que los primeros minutos son cruciales para captar la atención del público. Si no es así, tienes muchos números de que la gente no se enganche a la historia y acaben dando bandazos de sueño con la cabeza, como el tipo que teníamos sentado delante. Lamentablemente eso fue lo que pasó.

Lo mismo sucedió con la puesta en escena. Todo estaba correcto. Todo, excepto dos enormes estanterías situadas entre el actor y el público, en lo que debería ser la cuarta pared, que no hacían sino entorpecer más aún la comprensión del texto, ya que en lugar de centrar nuestros esfuerzos en descifrar las palabras que salían de la boca del actor, teníamos que estar peleando con esas estanterías que no nos dejaban ver bien la acción. Hubo un momento casi al final de la obra en que el actor las retiró de escena y fue como un soplo de aire fresco para toda la sala. Hasta entonces había sido como si hubiese estado actuando tras una cortina opaca.

A pesar de todo, hicimos el esfuerzo de no tener en cuenta el tema de la dicción, así como el de la mala elección de la escenografía y concentrarnos en la expresión corporal, los movimientos escénicos y en intentar descifrar lo que explicaba el personaje. Ese empeño por no descolgarnos de la obra, hizo que al final descubriéramos un pequeño tesoro escondido bajo toda aquella confusión. Ese tesoro con forma humana que era el único personaje de carne y hueso de la obra (los demás eran muñecos y un tótem enorme), un bombero solitario que hace las guardias nocturnas y atiende las llamadas telefónicas de auxilio, que guarda una entrañable relación con los que él llama sus hijos, esos muñecos tallados en madera. Ese fue nuestro premio final.

Se nos premió nuestra fidelidad y paciencia: una historia escondida que hizo que casi todo valiese la pena. Un personaje que dota al resto, seres inanimados, de eso, precisamente: de alma. Consigue, no sin esfuerzo, que acabes queriendo abrazar a ese bombero al que los médicos no permiten apagar fuegos; que quieras abrazarlo para decirle que todo irá bien, que tiene a sus muñecos y que, aunque su pareja lo abandonó por un payaso, él y su amor por esas marionetas son lo único que importa.

Eso, queridos lectores, es lo que hace que merezca la pena ir a ver "¡Tabú, Actor!".

Id, olvidad los incovenientes que encontraréis y abrid bien los ojos porque la sensación de ternura y de una cierta tristeza con la que saldréis del teatro, será algo que recordaréis durante días. Y eso sólo puede significar una cosa: que habréis presenciado, casi sin saberlo, algo único.

Saludos a todos.

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